El Barça ha pasado de jugar “mejor que nunca” a disputar uno de sus “peores partidos” en solo un mes y medio, el tiempo que va desde la goleada al Amberes (5-0) a la derrota contra el Shakhtar (1-0), los dos equipos más débiles del grupo de la Champions. No se trata de un análisis periodístico sino de la valoración del entrenador azulgrana, Xavi Hernández.
Xavi ha asumido el mismo discurso de Laporta. No hay término medio ni regularidad posibles cuando la meta es recuperar de inmediato la grandeza perdida durante años con el argumento de que ambos han sido protagonistas de la etapa de mayor esplendor del Barça. Laporta fue el presidente y Xavi el capitán de aquel equipo que conquistó el mundo después de ganar la Champions. El currículo, sin embargo, no garantiza el éxito y menos en el Barcelona.
El reto es mayúsculo para el entrenador porque después de ganar la pasada Liga se propuso “jugar mejor al fútbol” y clasificarse para los octavos de la Copa de Europa después de dos años de ausencia y de experiencias fallidas en la Liga Europa. La última derrota, sin embargo, ha sido tan protagonista como las tres victorias anteriores en el torneo continental mientras que en la Liga los barcelonistas cedieron en el clásico a pesar de que el presidente había anunciado “tener mejor equipo que el Madrid”.
La propaganda ha conseguido que en el imaginario culé se visualice a un equipo campeón repleto de espléndidos futbolistas, como si la victoria se diera por descontada, o fuera una cuestión de cortar el pasado y pegarlo al presente, igual que las palancas mueven las financias al son de la música de los Rolling. Quizá por ahí iba la frustración de Gündogan. El ruido va bien para sostener la marca siempre que después el silencio del equipo en el campo no comprometa al club como en Hamburgo.
La grandeza solo se adquiere a partir del esfuerzo, la humildad y el aprendizaje, tareas que se asocian a los equipos pequeños y no precisamente al Barça. Los azulgrana parecen haber olvidado incluso la ambición y juegan como si fueran un equipo importante cuando cometen errores de principiante por más que a veces queden disimulados por un marcador más benigno en casa que fuera de Montjuïc.
El equipo anda perdido y descosido, como alma en pena; no para de dar vueltas en busca del punto de inflexión, sin saber cómo meter un gol; sin orden, desincronizado e incapaz de presionar; mutante en función de cada mercado de fichajes hasta el punto que no se sabe cuál es su personalidad dos años después de llegar Xavi. Todos los rivales saben cómo jugarle después de que al Barça se le haya olvidado jugar.
El problema no es psicológico sino futbolístico y no coyuntural sino estructural, de manera que obliga a Xavi a no trampear sino a ejercer de entrenador y no de comentarista, dispuesto a responder a las dudas de sus jugadores y no a dar continuidad a sus afirmaciones. Malo si el técnico piensa que es cuestión de encontrar la tecla y no regresa al campo de entrenamiento para explicar aquello que se da por sabido. Hay que recuperar los pasos del método para que salga la fórmula. “Para saber por qué ahora pierdes debes saber por qué ganabas”, decía Cruyff. No es casual que se hayan apeado figuras como Jordi Cruyff y Mateu Alemany y se montara Deco.
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