El Banco Central Europeo (BCE) parece haber llegado a la meta y no va a subir más los tipos de interés, después de haber pasado de tenerlos en terreno negativo a elevarlos hasta el 4,5% en 14 meses. Así lo cree el Fondo Monetario Internacional (FMI), que, no obstante, advierte de que es “necesaria una política restrictiva prolongada para garantizar que la inflación vuelva al objetivo [del 2%]” y así “asegurarse contra las sorpresas negativas”, explica en un informe sobre Europa y la zona euro divulgado durante la madrugada de este miércoles. El mismo documento anticipa un aterrizaje suave para la economía del área monetaria y subraya que mientras la inflación general “está cayendo rápidamente”, “la subyacente se mantiene sustancialmente por encima de los objetivos de los bancos centrales”.
Ya hace cerca de dos años que la inflación volvió a reclamar un hueco entre las preocupaciones de los responsables de la política económica y monetaria de todo el mundo. Después de estar bastante fuera del radar, reclamó protagonismo de la mano de la subida de los precios de la energía, fenómeno que se agudizó con la invasión de Ucrania por Rusia y su impacto en la cotización del gas. Para controlarla, los bancos centrales echaron mano del viejo manual que dice que hay que encarecer el precio del dinero para mantener a raya los demás. Así que los tipos de interés subieron. Deberían haberlo hecho antes en la zona euro, vienen a explicar los economistas del FMI, porque, según su números, “la infraestimación de la persistencia de la inflación podría costarle a la zona euro un punto porcentual del producto interior bruto”. Ese coste llegaría porque los bancos centrales habrían tenido que desplegar un esfuerzo extra para garantizar la estabilidad de precios.
“El Banco Central Europeo debería mantener su política monetaria restrictiva, ya que se prevé que la inflación vuelva al objetivo a más tardar en 2025″, detalla el documento, que, además, añade que “el Eurosistema debería seguir reduciendo sus tenencias de bonos de forma gradual y previsible para reducir su huella en la economía”.
Pese al cálculo hecho en Washington, sede del FMI, sobre cómo la inflación ha restado crecimiento, los economistas de la institución apuntan que “la demanda doméstica se ha reducido durante el verano, se ha evitado una recesión sustancial, en parte por la fortaleza de los mercados laborales”. No obstante, en la segunda mitad de este año la institución que dirige Kristalina Georgieva prevé un “aterrizaje suave” de la economía europea, por eso aventuran que el crecimiento este 2023 será del 1,5% del PIB y no del 1,7% como se apuntaba en la previsión que lanzó en julio.
Siguiendo la estela de otras instituciones y organismos internacionales (Comisión Europea, BCE, OCDE), el FMI recomienda a los países de la zona euro que pongan en marcha ajustes fiscales. El objetivo es doble: por un lado, ayuda a mantener el control sobre la inflación; y, por otro, se trata de lograr “espacio fiscal” para proteger y apoyar la inversión pública. El mayor esfuerzo tendrían que hacerlo “los países con una inflación significativamente más alta”.
Otra de las metas de que poner en marcha la “consolidación” fiscal es reducir la deuda para asegurarse así de que es sostenible. Los ingentes volúmenes acumulados —especialmente en algunos países de la zona euro— con la concatenación de tres crisis de mucha envergadura en los últimos 15 años (la financiera de 2008, la desatada por la pandemia y la que ha traído la invasión de Ucrania) ha llevado a que los mercados y los órganos prescriptores de políticas económicas no cejen en el empeño de señalar su rebaja como uno de los retos en el que deben esforzarse los políticos en los próximos años.
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